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sábado, 27 de agosto de 2011

Juan Sasturain en Café Cultura de Río Gallegos

El día 20 de agosto el escritor y periodista Juan Sasturain visito Río Gallegos en el marco de la realización de "Café Cultura Nación", una actividad que se viene desarrollando en el país desde hace 5 años y esta organizada por la Secretaría de Cultura de la Nación. Su propósito es crear un lugar de encuentro en donde se puedan debatir e intercambiar opiniones, experiencias y conocimientos.
La charla se realizó en el Complejo Cultural Santa Cruz, donde el invitado pudo compartir algunas de sus obras y relatar como ha sido su incursión en el mundo del periodismo, remarcando que a pesar de haber trabajado para los medios no se considera periodista.
Cabe destacar que actualmente está a cargo de una columna en la contratapa del diario Página 12 titulado "El arte de ultimar", en el que cada lunes plasma su pensamiento de la actualidad y también recuerda hechos históricos.
Entre varios de los poemas leídos en Café Cultura, Punto de Partida seleccionó el siguiente para compartirlo con la audiencia:

La mujer y el freezer
No es fácil enamorar a una mujer que tiene freezer.

Uno llega con palabras frescas y ella tiene

–congeladas en el freezer–
las que le dijimos una hora o
dos años atrás. Descongela y dice:
“Comamos primero lo de ayer,
hagamos una cena fría con
estas sobras de abandono,
estos restos de despedida con que
me dejaste plantada”.

No es fácil convencer a una mujer que tiene freezer.

Uno llega con un abrazo inédito,

las yemas de los dedos renovadas,
huellas flamantes para nuevas
sensaciones, y ella tiene
–en un helado estante del freezer–
las marcas de nuestras últimas manos
puestas sobre su sensible corazón,
los guantes con que abofeteamos su 
esperanza, el dibujo de 
nuestro viejo codo acodado a la mesa
donde le dijimos que
no daba para más.

No es fácil amar a una mujer que tiene freezer.

Uno va en busca de sus hermosas tetas

y ya no están, tibias, ahí donde solían,
sino en el freezer y
hay que aceptarlo. Todo tiene
un tiempo de deshielo,
un tiempo de cocción. Las estaciones
duran minutos; los años,
meses que se disuelven en segundos
para la mujer que tiene freezer.
No es fácil ser el amor de una mujer que tiene freezer.
Hay que esperar. Encontrar una 
percha helada y cómoda
donde quedar colgado y
ponerse ahí. Hasta que una noche
ella sienta un vacío
en la boca del estómago, en
el costado de su cama, 
y vaya entregada al freezer.
Conviene estar en la primera fila.

Para esas sensaciones bruscas

se preparó el famoso Disney –dicen–,

pero uno siempre espera que le 
vaya mejor que al pobre Walt, 
vivo de olvido, muerto de frío: 
“No se puede matar a la mamá de Bambi,
hacer sufrir a Dumbo y 
esperar que todo termine bien
y sin explicaciones”, dice la mujer 
que va del freezer al cine y por la vida.

No es fácil olvidar a esa mujer que tiene freezer.

Se nos ha congelado en la memoria

y sólo queda aguantar el remoto,
ruidoso deshielo. Habrá que estar en el
momento justo en que se parte el
Perito Moreno de su 
corazón, aprovechar la grieta
para colarse mientras 
los japoneses registran
que por fin,
que valió la Pena.

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